domingo, 11 de junio de 2017

UNA RUTA QUIJOTESCA

Por fin llegué a la frontera soñada.  ¿Me encontraré con mi amada?  ¿Dejaré de correr por no haber hecho nada? Cuanta angustia y dolor sufrido sin haberlo merecido

Parte I. En la frontera
Llegamos hasta la frontera, imaginando que ahí acabarían nuestras desdichas, nuestro hambre y comenzaríamos una nueva vida en paz y armonía; en la que al fin seríamos libres de las presiones a las que habíamos sido sometidos a lo largo de aquel horrible y eterno viaje.
La policía no dejaba de gritar, empujar, e incluso amenazar con sus enormes metralletas, a todos lo que en aquella montonera humana nos encontrábamos. Era una situación bastante agobiante, y yo que soñaba que ahí acabarían mis males. Ante la gran muchedumbre que allí había, decidieron dejarnos pasar en pequeños grupos de 40 personas para llegar andando al siguiente control policial, que estaba a unos 10 km, donde con algo del dinero conseguido con mis trabajos en la ONG, tendría que tomar un tren que me llevaría a un nuevo control donde tendría que conseguir el asilo. 

Parte II. En el tren:
El tren no era como el AVE que yo había soñado. Era un mercancías viejo, más que viejo, sucio, y que en mi país de origen no serviría ni para los animales. No había espacio entre nosotros, las madres sujetaban a sus bebés en brazos en los pocos asientos que quedaban. Los pasillos eran montonera de personas de todos tipo y condición. Desde luego no era como imaginé. Aquel viaje estaba siendo una pesadilla. Pero era lo que tenía que hacer para llegar al siguiente control policial y conseguir mis papeles. También tenía la opción de tomar un taxi que me llevase al mismo sitio, pero aprovechando la situación, el precio era impagable, porque con lo poco ganado en el campo de refugiados trabajando para la ONG, no me llegaba para pagar al taxista y dejar algo para poder seguir viviendo.
Todo merecía la pena por reunirme con mi amor.

Parte III. La última frontera:
Llegamos al sitio menos deseable para ser inmigrante. Las autoridades nos trataban fatal; entre el pueblo había un exceso de xenofobia que nos afectaba demasiado, porque no sólo no nos ayudaban, sino que nos engañaban para hacernos las cosas más difíciles aún, y si podían nos ponían zancadillas. La policía no era mejor, y si les intentabas pedir ayuda, eran capaces de encarcelarte solo para que no protestaras. El infierno de Dante, seguro que era más agradable.

Parte IV. ¿Las autoridades escuchan?
Aquella situación era insoportable e injusta. Nosotros no habíamos hecho nada malo, tan solo huir de nuestro país para poder ponernos a salvo, con nuestras familias, parte de las cuales habíamos perdido por el camino. ¿Qué maldad era esa? ¿Acaso no se puede estar en desacuerdo con los que mandan? ¿Dónde está la libertad? En esos pensamientos andaba, en aquella tierra de nadie, cuando de repente decidí formar un grupo de personas, que hablaban mi mismo idioma y estaban tan desesperados como yo, para emprender una marcha andando hacía algún lugar donde las protestar de forma que las autoridades del mundo pudieran conocer nuestra situación real y nos pudieran ayudar.
Después de muchos kilómetros andados, vimos a lo lejos como un convoy de autobuses se dirigían hacía nosotros...... y nuestra sorpresa fue, que realmente venía a rescatarnos del infierno. Nuestra protesta llegó hasta las autoridades del país siguiente, y sin dudarlo se pusieron en marcha para llevarnos hasta allí. Cuando cruzamos la última frontera, encontramos un país amable, donde la gente nos recibió con regalos, ropa, comida, y con una sonrisa en su cara que nos hizo sentir como de vuelta a casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario